Besos delincuentes

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La autoridad moral de un beso frente a la charla banal y futil es demasiado contundente. Tanto que las palabras deberían armar las valijas. Ser condenadas al exilio del silencio.

Supongamos, sólo supongamos, que hablamos de aviones, o de recetas, o de juzgados; de trenes que no llegan a París, de fantasmas que iluminan los espejos.

Entonces un beso (ahora no supongamos) irrumpe en el aire y sacude tu espacio, te colma, te llena, te invade. No un beso antológico, no el paradigmático beso que detiene el tiempo, sino uno calmo, sin complejos, sin historia. Casi imperceptible, fugaz, delincuente.

Y luego ya no es el beso sino su ausencia. Los incrédulos labios. La mirada atónita en el abismo que me separa de tu boca. Entonces todo es confuso. Malditos aviones, malditas recetas, maldito París.

Y maldita esta boca, más tuya que mía. Ya no de las palabras, ya sólo tuya.

Historias mínimas I

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"Hay algo de vos Horacio, que todavía odias, por eso siempre volvés, me necesitás para perdonarte", piensa Jimena mientras trata de recordar el número de veces que aquel tipo, reincidente crónico en el arte de perder aceite, llamó al portero del sexto "B".

La arbitrariedad occidental de llamarle a ese día "martes", y las gotas que golpeaban la ventana, herederas de un temporal que recién comenzaba a flaquear, se conjugaron para arrojar a Jimena hacia el artefacto. "Dale, pasa".

No por ser muchas, las derrotas duelen menos. Pero no había caso, jamás pudo resistirse a ese hombre, enésimo Adán frustrado en una ciudad que de paraíso, no tiene nada. Y los martes no son días para parir revoluciones.

Frontal y conservadora, lo que Jimena era en la vida lo invertía en la cama. Palo y a la bolsa.

Cuando la desnudez es física, hasta las palabras se despojan de la historia, y coger es coger, y Cortázar es Cortázar. Y no hay tu tía. Pero el artefacto seguía allí. Habia portero porque había huída. Y había huída porque Horacio no era Horacio. Era en realidad el último bastión de un orgullo socabado, humillado, ahogándose en el lodo de su masculinidad.

Infinitivos

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Descubrir/Inventar/Romper/Gritar/Saltar/Redescubrir. Infinitivos que liberan, que sueltan, que son, que dejan ser, que nos llenan de vida, que desafían la quietud, esa repugnante cobardía disfrazada de calma. Tiempos complicados para nombrarlos, todo va tan rápido que no llegamos nunca a ningún lado, pero estamos a la vez en todos, con 140 caracteres. Entonces crear se vuelve una quimera. Cómo soñar cuando no se tiene sueño? Cómo buscar cuando ya todo se ha encontrado? No recuerdo la última vez que me sorprendí sinceramente por algo, que me dejé llevar por el maravilloso privilegio de sentirese testigo de algo increíble, único, virtuoso. Como todo hombre soy hijo de mi tiempo. Como todo hombre soy rehén de estos días y estas noches. Y la libertad se vuelve mi meca, la tierra prometida. Escaparse es pensar, gritar, crear, amar, romper, soñar, caer, partir, volver, pelear, llorar... Pero nunca acostumbrarse. Acostumbrarse es morir.

Insomne III

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En estos días en que la vida no es más que una duda a domicilio. Es en estos raros días en que me pregunto qué pretende de mis ansias. Acaso espera un maletín, dos corbatas y una rutina con medialunas? O quizá la rebelión del oprimido, con el mapa en el armario y la brújula al revés.



Yo no sé. Supongo que no se puede crecer al revés de los adultos. Somos ese paréntesis que se abre después de la vida, que llenamos hasta que un buen día de otoño se cierra. Siempre es otoño cuando se cierra.



Nacemos con la ilusión de crecer, no en altura ni en tamaño, ni en conquistas, ni en medallas… sólo queremos alcanzar las alacenas, los estantes, las repisas. No pretendemos más que sueños de cartón. Pero algo a media voz nos confiesa que no es todo. Hay algo más allá del horizonte que es tu falda.



Pero nunca llega. Nunca ese que creíamos venir cuando cantábamos tristes canciones de amor. ¿Acaso hay otras? Y no se trata de amor. Se trata de nosotros. Siempre buscando el punto de fuga hacia la trascendencia. Cómo convencerse de que somos hormigas, puntos suspensivos de esta recta que es la muerte, al fin y al cabo.



Somos el nefasto inventario de lo que alguna vez quisimos ser. No hay tiempo que perder para ser feliz, pero perdemos tanto tiempo siendo.



Quizá espera de mí un maletín, dos corbatas y una rutina con medialunas. Quizá sea hora de dejar de pensar.