Duele en el alma

|
Duele en al alma ser argentino en estos días de andén, vagón y muerte. Como dolió aquel diciembre trágico de bengala, callejero y rock and roll. Como también tembló cuando el 737 de LAPA decidió no frenar y sus asesinas turbinas llenaron de luto la pista de Aeroparque y alrededores.

Pero lo que más duele en el alma no es la tragedia sino su olvido, y su pornográfica impunidad. En este país no va preso nadie, y la frase se hizo cliché a fuerza de escandalosos ejemplos: Jaime. Jaime. Jaime. Pieza fundamental para explicar las causas de la tragedia.

Mientras que la (in) justicia nacional le guiña un ojo y algo más, el muchacho aparece en actos oficialistas. Quizá no al mismo tiempo, pero por ahí, un tren en el porteño barrio de Once se avalancha sobre su propio destino y arrebata la vida de cincuenta (hasta ahora) personas. Cincuenta.  

Mientras escribo estas líneas hay cien padres volviendo de “despedir” a sus hijos. Pero quienes se acaban de despedir de la vida son ellos mismos, los padres. Y también los hermanos, las novias, los tíos, los amigos.

¿Alquien realmente entiende la magnitud de tanta muerte, de tanto dolor?

Quizá Clarín mienta y quizá Victor Hugo tenga razón. Quizá la inflación es la del INDEC y las consultoras son golpistas y gorilas. Quizá la mega fortuna del matrimonio K se haya ganado honradamente. Quizá Aerolíneas Argentinas sea puntual. Quizá el Fútbol para Todos es plata bien invertida. Quizá De Vido sea un tipazo. Y Jaime. Y Schoklender. Y Moreno. Y Moyano. Quizá el 54 % tenga razón. Y miles de quizás más.

Pero hoy las campanas doblan por 50 personas que ya no están.  

Cuando vuelvas

|



Cuando vuelvas te cuento lo que estuve pensando, aquella vez que nos vimos en ese cuento sin tiempo.

Si esperás un te extraño, te devuelvo un nos vemos; si olvidaste el instante, te recuerdo los besos.

Cuando vuelvas te digo: no te vayas tan pronto, no me dejes tan solo, no te creas mis odios.

Si deseás más abrazos, tengo a mano el invierno; si inventás esperanzas, te concedo un milagro.

Cuando vuelvas no quiero ser pintor de recuerdos, quiero verte sin comas, no vagar por el tiempo.

Si volvés con nostalgias, te regalo primicias; si traés malos tragos, te descuelgo esa risa.

Cuando vuelvas no espero ser aquel de ese entonces, quizá un poco más joven, quizá un poco más terco.

Si exigís un adulto, olvidá mis temores; si buscás en mis ojos, no recuerdes traiciones.

Y cuando digo que vuelvas, no se allana mi alma, sólo expreso mis ansias de volver a tus ganas.

Si en afán de encontrarme, te olvidás de tu historia, te perdés en los tiempos de este mundo de locos; no malgastes tus días, que hace tiempo no espero que me des el milagro.


Cover de un amor

|


Yo buscaba la manera de convencer a tu “quizás”, de perder al solitario, de ocultar mi indignidad.
Vos buscabas la manera de olvidarte del dolor, de completar el crucigrama sin ojear la solución.

Eramos dos martes queriendo ser viernes, cuatro ojos buscando las mismas pupilas, un enjambre de olvido sin diablo ni dios.

Vos tan triple equis, tan Nueva York, tan “mírame”.
Yo tan alpargatas, tan “no te entiendo”, tan bésame.

Eramos dos pendejos buscando un envión, jugando un ajedrez de peones de cartón, un rock and roll con guitarras de neón.

Yo creía en la revolución del pecado, caminaba las aceras de la noche persiguiendo la falacia del alcohol.
Vos cruzabas las veredas del rencor traficando soledades esperando redención.

Eramos dos mentirosos convenciendo al destino. Dos esperanzas sin fianza ni tregua, sin porqué ni mañana.
Eramos el cover de un amor de verdad, los teloneros de un recital
destinado a fracasar. Capuletos sin Montescos; Waterloo de un Napoleón rendido y de cristal.

En el aeropuerto de tus ganas despegué este carromato a GNC. Aterrizamos en un vendaval de ilusiones, cambiando besos por ganas y un tentempié de adultez.

Yo buscando la manera de convencer a tu “quizás”, de perder al solitario o de ganar tu dignidad. Vos la capitana de este barco a la deriva, yo tu marinero que no duda en navegar.