Viví!

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Olvidate de las veces, olvidate de las cuantas. Olvidate de los soles, olvidate de mañana. Olvidate de pensar, de sentir, de explicar.

Olvidate las canciones, los recuerdos, los rencores, las recetas, los sonetos, las pasiones, los cumplidos, las migrañas, los dolores, los desfiles, las virtudes, los amores, las cosquillas, los rumores, las traiciones, los sermones, las escuelas, los altares, los entierros, las batallas, las certezas, el tiempo, los condones, las opciones, las monjas, los enigmas, las virtudes; La suerte, el olvido, la muerte. No, de esa no te olvides.

Historias mínimas II

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Jimena no recordaba la última vez que lo recordó. Era un jueves cualquiera, ni tan lunes ni tan viernes, sólo un jueves.

Cuando sus pensamientos doblaban por la esquina de la cotidianidad, una ráfaga de olores y recuerdos la invadió en sus adentros, opacó sus urgencias y la llevó a tiempos remotos, a puertas que juró haber cerrado para siempre.

Era un recuerdo sin rostro, no tenia nombre ni cuerpo. En el intento por desmenuzar esa bomba de tiempo que se iba tejiendo en su cabeza, reparó en el anonimato de la cuestión. Intentó en vano ordenar el rompecabezas. Nombrarlo, tocarlo, llamarlo. Pero no había manera. Recordaba pero no sabía qué. Ni siquiera era un teextraño, una virtud o un defecto.

Mientras el tiempo se empeñaba en detenerse justo en esos lugares, a Jimena se le encendieron las neuronas. Su recuerdo no tenía cara, ni cuerpo, ni nombre, porque era ella misma. Pero no era ella.

Era otra. En otros momentos, en otros andenes. Cuando aún se empapaba de esa incertidumbre juvenil que todo lo convierte en veremos. La eterna cuerda floja que se tensa cuando ya no creemos. Cuando ya no crecemos.

Entonces recordó todo. Se recordó en la plaza aquella mañana de Abril cuando preguntó por el imbécil que se suponía iba a amarla para siempre. Se recordó vomitando bolillas ante ignotos profesores que aumentaban día a día la parodia sarmientista. Y se recordó heroica y frescamente feliz, cada vez que el abecedario le hacia un guiño y conjugaba sus misterios con orgásmico placer.

Pero ahora no era esa Jimena. Quizá nunca más iba a serlo. Excepto por lapsos.

Su tiempo era ya el no tiempo para pensar en esas liviandades. Ya nunca se caia de la cuerda floja.