Say No More

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"Ayer soñe con los hambrientos, los locos, los que se fueron, los que están en prisión. Hoy desperté cantando esta canción, que ya fue escrita hace tiempo atrás, que es necesario cantar de nuevo una vez más"







Gracias Charly, quien no entienda que sos el más grande es porque no entiende nada.

Palabras de amor del gran Salzano *

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Hacés grandes esfuerzos pero por más que lo intentás, no conseguís precisar los detalles más obvios de la gesta. No te acordás por ejemplo si el partido se jugaba a la luz del sol o de la luna y tampoco quién era el adversario. Lo único que recordás con nitidez es que Daniel Willington retrocedió dos pasos, que onduló su pesado perfil de dandy provinciano y que en el mismo instante en que pateó, levantó los brazos como un emperador y saludó por anticipado en dirección a la tribuna popular.

Sacudida por una descarga eléctrica cuya intensidad hubiera servido para nivelar el déficit de EPEC, la pelota recorrió los 40 metros que la separan del arco, atravesó con la gracia de un delfín la línea que separa la gloria del fracaso y al clavarse en el rincón de las arañas desencadenó un huracán de fuegos artificiales.

Desde entonces en el mundo han triunfado revoluciones y golpes de Estado, han entrado en erupción volcanes fabulosos y han caído vastos imperios con todo lo clavado y lo plantado.
El gol de Daniel Willington sin embargo continúa siendo eterno.

Lo corrobora una encuesta publicada por el diario, empeñada en determinar cuál ha sido en la historia de la Ciudad su deportistas más iluminado. El resultado no ofrece dudas. Primero Willington. Después nadie. Y después todo.

En realidad no somos otra cosa que un conjunto de perfumes, sensaciones y recuerdos, y la única verdad que prevalece es la música de las palabras al evocar un gol que seguramente comenzó a gestarse hace miles de años, cuando Homero decía que a los dioses tanto se llegaba a través de la oración como siguiendo el vuelo de la flecha de un atleta.



*En recuerdo de esa tarde noche de 1974. Final en Alberdi entre belgrano y Talleres.

Ayer, hoy, mañana

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El calendario, implacable fax de nuestra conciencia, escupe sus días, ya históricos, y en el camino quedan cansancios, fatigas y algunas alegrías.

El futuro yace en sus hojas numeradas: parciales, trabajos, compromisos... y algún resquicio de nada, para acordarse que, de vez en cuando, vale también vivir.

Los hay de todas las formas y colores. Digitales, de papel, al margen de la página o aferrado a la puerta de la heladera. Algunos dejan caer sus días cuando ya no les sirven, otros estallan en sonidos y vibraciones, alertando que a la seis hay cita con el dentista.
El dentista! Hay algo más feo que ir al dentista? Sólo pensar en esa violación, tan legal, transparente y necesaria, da ganas de hacerme un tratamiento de conducto en todas las muelas.

Pero no, estaba equivocado. El dentista era ayer. Que làstima. Hoy me toca otra suerte.
Transemos.
Los pactos con el calendario son tan silenciosos que la fechoría queda inter-partes.
Dale, hagamos que sea viernes, sólo por hoy.

La brisa de la muerte enamorada

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El “clock” del descorche y su consecuente espuma jamás hubieran vaticinado que el año que empezaba traía un fusil bajo el brazo, cargado hasta el pico y con la mira puesta en muchos frentes, caros al afecto de los nuestros, de los míos. Demasiados.

El 2009 debutaba riéndose de nosotros, como lo hace el sabio del ignorante o el necio, y entre copas y carcajadas le dimos la bienvenida. Que inocentes. Que hijo de puta.

Tres meses faltan para decirle adiós y la ecuación tiene ya varias equis menos.
Implacable, silencioso, afilado.
Muchas muertes para tan pocas lágrimas. Demasiada ausencia para tantas ganas de estar. De vivir, de compartir, pero no de recordar. No de extrañar.

Ustedes saben a quienes me refiero.

La nómina de víctimas se ensancha y la silueta de la negra cantora nos dice adiós (sólo la silueta). Eterna voz de América Latina, voz del pueblo, de la historia, del campo, de las raíces, de lo que somos (hoy somos un poco menos). Desde tu garganta repercute al unísono y en un sólo eco el tronar de este sur, esquina del mundo y del continente ; pero se escucha.

Y la lista sigue. Benedetti nos pide que no nos salvemos y Michael baila al compás de esta balada del diablo y la muerte; tan real, tan mortífera, tan bastarda.

Y al final, Peña se ríe de este melodrama y le pide al Ricar que le alcance el bisturí para cortarle al 2009 las alas y que de una vez se vaya a la mierda y nos deje vivir (o morir) en paz.

Ocasos

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Ciertas tardes de lunes me asomo por la ventana de mi cuarto y me impregno del color de la felicidad. Advierto el rojizo similar al de esos ocasos que nunca existieron, pero que asocio a la nostalgia y la melancolía. Como esa tarde, hace mucho años, cuando la vida era mejor, todo era mejor. Cuando era nada, porque nunca fue.
En ese momento, Córdoba es el mundo. La silueta de luz, apenas perceptible por las pausas de la persiana, es el único aquí y ahora que jamás ha existido.

Como si el planeta, caprichoso y egoísta en su afán de girar, haya decidido tirar la toalla y sea yo el único privilegiado en contamplarlo.
Es quizá la más inocente sensación de plenitud que este vértigo me permita.