Palabras de amor del gran Salzano *

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Hacés grandes esfuerzos pero por más que lo intentás, no conseguís precisar los detalles más obvios de la gesta. No te acordás por ejemplo si el partido se jugaba a la luz del sol o de la luna y tampoco quién era el adversario. Lo único que recordás con nitidez es que Daniel Willington retrocedió dos pasos, que onduló su pesado perfil de dandy provinciano y que en el mismo instante en que pateó, levantó los brazos como un emperador y saludó por anticipado en dirección a la tribuna popular.

Sacudida por una descarga eléctrica cuya intensidad hubiera servido para nivelar el déficit de EPEC, la pelota recorrió los 40 metros que la separan del arco, atravesó con la gracia de un delfín la línea que separa la gloria del fracaso y al clavarse en el rincón de las arañas desencadenó un huracán de fuegos artificiales.

Desde entonces en el mundo han triunfado revoluciones y golpes de Estado, han entrado en erupción volcanes fabulosos y han caído vastos imperios con todo lo clavado y lo plantado.
El gol de Daniel Willington sin embargo continúa siendo eterno.

Lo corrobora una encuesta publicada por el diario, empeñada en determinar cuál ha sido en la historia de la Ciudad su deportistas más iluminado. El resultado no ofrece dudas. Primero Willington. Después nadie. Y después todo.

En realidad no somos otra cosa que un conjunto de perfumes, sensaciones y recuerdos, y la única verdad que prevalece es la música de las palabras al evocar un gol que seguramente comenzó a gestarse hace miles de años, cuando Homero decía que a los dioses tanto se llegaba a través de la oración como siguiendo el vuelo de la flecha de un atleta.



*En recuerdo de esa tarde noche de 1974. Final en Alberdi entre belgrano y Talleres.

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