Ocasos

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Ciertas tardes de lunes me asomo por la ventana de mi cuarto y me impregno del color de la felicidad. Advierto el rojizo similar al de esos ocasos que nunca existieron, pero que asocio a la nostalgia y la melancolía. Como esa tarde, hace mucho años, cuando la vida era mejor, todo era mejor. Cuando era nada, porque nunca fue.
En ese momento, Córdoba es el mundo. La silueta de luz, apenas perceptible por las pausas de la persiana, es el único aquí y ahora que jamás ha existido.

Como si el planeta, caprichoso y egoísta en su afán de girar, haya decidido tirar la toalla y sea yo el único privilegiado en contamplarlo.
Es quizá la más inocente sensación de plenitud que este vértigo me permita.

2 comentarios:

Objetivo de dijo...

Esos momentos en los que no existe más que una chimenea cuyo fuego hace que los bordes dorados de la copa iluminen el lugar y den el marco perfecto para empezar un pequeño capricho, que terminó por ser algo más que eso...

marcos blanco dijo...

y asi fue como la marea subió y subió y nos metimos en ella---

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