La arbitrariedad occidental de llamarle a ese día "martes", y las gotas que golpeaban la ventana, herederas de un temporal que recién comenzaba a flaquear, se conjugaron para arrojar a Jimena hacia el artefacto. "Dale, pasa".
No por ser muchas, las derrotas duelen menos. Pero no había caso, jamás pudo resistirse a ese hombre, enésimo Adán frustrado en una ciudad que de paraíso, no tiene nada. Y los martes no son días para parir revoluciones.
Frontal y conservadora, lo que Jimena era en la vida lo invertía en la cama. Palo y a la bolsa.
Cuando la desnudez es física, hasta las palabras se despojan de la historia, y coger es coger, y Cortázar es Cortázar. Y no hay tu tía. Pero el artefacto seguía allí. Habia portero porque había huída. Y había huída porque Horacio no era Horacio. Era en realidad el último bastión de un orgullo socabado, humillado, ahogándose en el lodo de su masculinidad.
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