Historias mínimas I

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"Hay algo de vos Horacio, que todavía odias, por eso siempre volvés, me necesitás para perdonarte", piensa Jimena mientras trata de recordar el número de veces que aquel tipo, reincidente crónico en el arte de perder aceite, llamó al portero del sexto "B".

La arbitrariedad occidental de llamarle a ese día "martes", y las gotas que golpeaban la ventana, herederas de un temporal que recién comenzaba a flaquear, se conjugaron para arrojar a Jimena hacia el artefacto. "Dale, pasa".

No por ser muchas, las derrotas duelen menos. Pero no había caso, jamás pudo resistirse a ese hombre, enésimo Adán frustrado en una ciudad que de paraíso, no tiene nada. Y los martes no son días para parir revoluciones.

Frontal y conservadora, lo que Jimena era en la vida lo invertía en la cama. Palo y a la bolsa.

Cuando la desnudez es física, hasta las palabras se despojan de la historia, y coger es coger, y Cortázar es Cortázar. Y no hay tu tía. Pero el artefacto seguía allí. Habia portero porque había huída. Y había huída porque Horacio no era Horacio. Era en realidad el último bastión de un orgullo socabado, humillado, ahogándose en el lodo de su masculinidad.

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