En este país que no vive, en esta ciudad que no sueña, extraño pararme en una esquina y que los semáforos ardan. En cambio se empeñan en guiñarme los ojos, titilantes, intermitentes, nerviosos como el tachero que pone primera antes del verde.
Y extraño mirar hacia el cielo y que los faroles me alumbren, pensantes, recordando la Córdoba luz, la del '18, del '55; la de los dotores y las colegialas. Pero no, ya no sueña, y no deja dormir tampoco.
Cuando llueve me mojo, cuando hela me helo. La 9 de Julio es igual que la San Martín y el patio de mi casa más oscuro que el Chateu un lunes. Y sin embargo te sigo extrañando. Será porque alguna vez te amé, me enamoraste, y creí que jamás dejarías de ser.
Ando por las calles como por las nubes, buscando tu boca, tus manos, tus sueños. Y encuentro algún dejo de melancolía entre los cartones que esconde un container de la Gral. Paz; o en los recuerdos de algún Salzano que se ha cansado de escribirte a ver si despertás.
Pero no hay caso, sigo sin encontrarte, seguís sin encontrarnos. O sin buscarnos. Quizá sea yo el que ha cambiado, quizá espere de vos que seas la excepción a esta regla que se llama Argentina.
La Docta de la tristeza
Publicado por
marcos blanco
en
19:26
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