Carta al General José de San Martín

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Querido José Francisco: Las cosas por aquí, en la tierra, no andan muy bien que digamos. De hecho desde que te fuiste las miserias humanas no se han morigerado sino que aumentaron en proporciones que ni te imaginas. Desde 1850 el país ha cambiado un poco.
Nadie muere ni mata en nombre de la patria, las espadas han sido cambiadas por impunes revólveres gatillados por ladrones de poca monta y mercenarios del dinero. Desde allí arriba quizá no se vislumbra bien lo que aquí ocurre pero, creame Don José, que el futuro no es para nada prometedor. Extrañamos hombres de su entereza, rectitud y honestidad. Seguramente le habrá causado repugnancia ver como manejan los hilos del país estos muchachos (y muchachas).

Y lo que es peor, como el pueblo lo consiente, lo asiente en algunos casos, lo justifica en otros, y al fin y al cabo naturaliza aquellas miserias. ¿La culpa no es del chancho vio? ¿Qué en sus días también la corrupción era moneda corriente? Es verdad mi General. Pero hoy se ha institucionalizado, no se remite a hechos coyunturales y puntuales sino que es estructural.

¿Recuerda las increíbles dimensiones que este país posee? ¿Cuánto galopaba y galopaba sin que en el horizonte se aviste más que eso… horizonte? No lo va a creer, pero hemos logrado unir a nuestra gente a pesar de esa inmensidad. Lo asombraría ver cuan rápido se llega desde la Quiaca hasta Tierra Del Fuego en un Boeing 737 o que capacidad de carga tienen nuestros trenes. Pero no se ilusione querido General… como sabrá, el argentino es un ser complicado de definir, nos gusta apagar incendios pero cuando lo logramos extrañamos el fuego, entonces volvemos a quemar nuestros proyectos. Somos un pueblo apaga incendios que no sabe vivir en la calma. Lo que quiero decir es que hipotecamos el futuro, esos íconos ya no nos pertenecen, y se fueron con otros más que mejor ni le cuento. Usted siempre pugnó por una vida austera, responsable y desprovista de lujos… pues bien, todo lo contrario hemos hecho desde que nos dejó. Nos endeudamos en cantidades inimaginables. Lo que algunos llaman “deuda externa”, creo que es más atinado denominarla “deuda eterna”. Miles de millones de dólares que jamás terminaremos de pagar, y que van a marcar a fuego nuestra dependencia de cara al futuro. ¿Recuerda el empréstito que Bernardino Rivadavia contrajo con la Baring Brothers en 1824? No va a creer la cantidad de ceros que esa cifra ostenta ahora. Es impagable. De hecho lo único que hacemos de vez en cuando es pagar los intereses. Lamento escribirle con noticias tan poco alentadoras mi General. Hace algunos días leí las máximas que le escribió a Merceditas. En la quinta, se incluye el “Respeto sobre la propiedad ajena”. Coincidirá conmigo en que el desconocimiento hacia ese precepto fundamental es la causa de todos nuestros males. No respetamos lo ajeno, nos apropiamos de lo ajeno y vendemos lo ajeno. Me voy despidiendo querido José.

Lamentablemente estoy convencido que cuando le escriba para saludarlo cuando cumpla 500 años, en el 2278, voy a repetir las mismas palabras. ¿No aprendemos más vio? Marcos Blanco.

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