Noción de Patria

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“Quizá mi única noción de patriasea esta urgencia de decir Nosotrosquizá mi única noción de patriasea este regreso al propio desconcierto” (Mario Benedetti.)


De esta manera termina el poema “Noción de Patria” del poeta uruguayo. Lo coloqué a manera de introducción porque siempre me pregunté por ese “Nosotros”. ¿Qué es ese “Nosotros”? ¿Quiénes son o somos ese “Nosotros”? ¿Desde cuándo comenzamos a ser “Nosotros” ?

¿Hubo un nosotros hasta 1492 y otro después? ¿O siempre fuimos el mismo nosotros? ¿O será que nunca fuimos nada?
Pasado ya el umbral del siglo XXI, mas problemático y febril que el cambalache del XX de Santos Discépolo, podemos hacer un balance de éstos algo más que 500 años de historia americana. La mayoría de los movimientos culturales sudamericanos han nacido a la vera del reflejo europeo.
Cada sociedad es única, posee características propias y particulares motivadas por razones ambientales o históricas.
He aquí el meollo del asunto. ¿Realmente nuestra cultura es un producto originario de nuestra tierras? Es decir: ¿realmente es nuestra? Analistas y filósofos a lo largo del período que se inicia en 1492 se han empeñado en demostrar que no. En dejar sentado que nuestra cultura y nuestros movimientos culturales son el producto de modelos exógenos, particularmente europeos; que aún no hemos podido abstraernos del yugo opresor del invasor.
Por el contrario, la aún incipiente filosofía de la liberación arremete con el estandarte de una independencia cultural que nos identifique como pueblo y aporte los elementos integradores y de participación que aparentemente nos faltan.
Basta ver a nuestra Argentina con su crisol de razas y reflejarlo más allá de nuestras fronteras a los cuatro vientos: la historia de América Latina es la historia del mestizaje, del contacto entre culturas disímiles, del indio con el blanco y el negro, y los mestizos y los nobles y los nativos.
¿Será que el “Nosotros” de Benedetti es un concepto tan débil y precario debido a esta combinación de razas que mencioné anteriormente? ¿O por el contrario somos nosotros como ciudadanos latinoamericanos quienes tenemos ese complejo de inferioridad tan latente, que no nos permite darnos la licencia de tener una cultura y una historia propia?

La cuestión no sólo es compleja hoy, sino que tendremos que esperar cientos de años más para determinar si los movimientos y formas de pensar de un pueblo han sido realmente propios o no. Pecaríamos de inocentes si consideráramos que 500 años es tiempo suficiente para tejer una conclusión de ese tipo. Pero más allá de ello, lo que aquí importa no es la respuesta inmediata, sino las preguntas que servirán para la construcción en el día a día de un SER latinoamericano.

YO

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